Friday 16 April 2010

Ante mi pequeñez digo: Carpe Diem y Hakuna Matata


Hoy tendría que haber sido una noche de fiesta, de Mojitos y Gloria Estefan en Manolos, con Max y una banda de lo mejor de Inglaterra. Resultó, en cambio, en una noche solitaria, alentada con películas, comida china y notas de medianoche. La razón: las cenizas de la erupción de un volcán en Islandia.

Siempre cae bien un recordatorio acerca de la forma en que la vida funciona- o mejor dicho, como no funciona. La vida es tan anárquica, tan inconsecuente. Es impredecible, fascinantemente insegura y desconcertante. Esta es una verdad innegable y sin embargo los días pasan tan rápido que se me olvida.

Se me olvida lo accidental que resulta todo en mi vida, en el desarrollo de mi tiempo y de mi destino. Olvido lo vulnerable que soy ante esa fuerza misteriosa e incomprensible que es la vida, la madre naturaleza, Dios. Mi condición de impotencia ante lo que sucede a mi alrededor, mi pequeñez, es casi abrumadora cuando tomo consciencia de ella. Sin embargo no merma mi amor propio, ni daña la fe que tengo en mí misma. No sirve de justificación dejar de trabajar duro por construir la vida que quiero, pero es importante mantenerme consciente acerca de ella. Debo reconocer que dependo de algo mucho mayor, y que no exclusivamente yo tomo las riendas de mi camino.

La vida resulta así como “una caja de chocolates” (Forrest Gump) en la que “nunca se sabe lo que nos va a tocar”. A veces las apariencias engañan y la pieza que más apetitosa parecía resulta contener anís, pero lo bueno es que entonces puedo simplemente escupirla y probar otra.

Por más monótonos que parezcan a veces los días, nunca lo son. Lo que pasa es que a veces estoy demasiado cansada o demasiado preocupada y no me fijo en las oportunidades que se me atraviesan, y tampoco noto los infinitos motivos para sonreír que se me ofrecen día a día.

Mi gran poder consiste en el absoluto control que tengo sobre la actitud que tomo ante las situaciones que se me presentan, y es allí donde digo Carpe Diem y Hakuna Matata.

Smallness is good.

Thursday 15 April 2010

Viena

Viena se ha cubierto con una manta de lluvia desde el día que llegué. Creo que intenta hacerme suponer que existe alguna similitud entre Londres, la ciudad que por ahora representa casa, y ella- y aunque debo reconocer su persistencia, poco ha logrado en su cometido. He estado observándola, silenciosa y solitaria bajo mi sombrilla, semi-escondida entre mi bufanda y el cuello de mi abrigo. A paso lento recorro sus calles, me transporto en su u-bahn y la estudio inquisitivamente.

Hay que decir que algo acerca de Viena automáticamente titula un espacio en tu memoria; es una ciudad imposible de olvidar o confundir. Yo la encuentro particularmente única. Puede que sea su urbanismo amigable, que hace que te sientas cómoda y que a diferencia de otras ciudades no resulta aplastante. Viena te permite sentirla accesible, afable, y sobre todo pequeña- sin serlo realmente.

En Viena la gente no se hace paso en la calle o en los pasillos del metro- la gente acá simplemente camina. Las gradas eléctricas del u-bahn resultarían trágicamente caóticas bajo un lente londinense, pues la gente se queda parada del lado izquierdo o camina del lado derecho, o ninguno, o los dos. Y nadie protesta!

No resulta extraño ver a la gente en "tracht", los hombres usando sus sombreros y "Steireranzug" (sacos tradicionales), y las mujeres en sus preciosos "Dirndl" o con modernas tracht tshirts. Existe un tipo de patriotismo acá que no parece ser intencional sino intrínseco, sin resultar exagerado u obvio.

Me fijo en la gente mayor, un hábito adquirido quién sabe dónde que se ha vuelto adictivo, y quisiera leer el libro de la historia de sus vidas; quisiera poder observar las visiones que escogieron conservar en su memoria, visiones de su ciudad en los años de la guerra, y los de después, y poder entender la posición en la que se ubican en la Viena moderna del siglo veintiuno; no lo logro, así que me conformo con admirar sus sombreros “vintage" y urgar en sus miradas cansadas, un tanto perdidas, un poco aturdidas, y algo indiferentes.

Algo que se hace evidente instantáneamente en Viena es su cercanía con el este de Europa, que a pesar de seguir siendo Europa tiene un sentimiento completamente distinto al bloque occidental. Para mí Europa del Este tiene tinte sepia y su aire me envuelve en una mística que resulta absolutamente fascinante. Recuerdo haber leído en un libro acerca de Stalin sobre la Georgia de finales del siglo XIX, una ensalada multicultural que ya allí me aceleró la sangre de emoción; algo así me parece Viena, un puente cultural, en el que Europa Occidental con su mentalidad moderna, “verde” y democrática, se encuentra con Europa del Este, con su tradicionalismo, el peso de su historia pasada y reciente, y su misantropía. Viena en ese sentido es un poco como yo, ni de un lado ni del otro, y al mismo tiempo de los dos.

Su belleza es inigualable; sólo hace falta ver el Palacio Imperial, caminar por Heldenplatz, enamorarse de la Biblioteca Nacional, admirar el Museum of Fine Arts y enfrente el de Natural History, impresionarse con lo apropiado de la arquitectura del Parlamento, que es precisamente lo que parece, sus parques, sus palacios, el Stephansdom y su centro, su naturaleza imperial se respira por doquier. Su historia no pesa, como en otras ciudades europeas, pero se hace sentir.

Otra cosa que llama mi atención, es la gran diferencia que existe entre Alemania y Austria, entre Berlin y Viena. Como extranjera debo confesar que sin base más que la lingüística (que ya es mucho, pero definitivamente no suficiente) Alemania y Austria usualmente se ponen en el mismo paquete. Intento identificar el elemento que hace que sean tan distintas, pero no puedo. La historia une a estos dos países menos vinculante de lo que generalmente se supone, pues mientras Alemania nace (en términos muy generales) del Imperio Prusiano y su identidad fue por lo general bastante definida y básicamente occidental (bajo términos exageradamente generales), Austria viene del Imperio Austro-Húngaro, una mezcla grandiosa e imperial, cultural y artística, entre oriente y occidente.

También se hace notar, experimentando la ciudad, y el país, la relación (mucho más estrecha de lo que se supone) entre Austria e Italia. La comida, el idioma, la moda, el turismo...existe aquí también un vínculo cultural interesante.

En fin, Viena, Austria, entre Alemania, Europa Oriental, Italia y Suiza, es precisamente eso. Un lugar en el medio, con mucho de lo bueno y poco de lo malo, cuya experiencia es única e inolvidable, y al que visitar es obligación.

Thursday 8 April 2010

Nuestro Reino de Sol



Es 3 de abril del año 2010. Es sábado, Sábado de Pascua, y estoy en Klagenfurt, en casa de Max. Su familia nos rodea, sus hermanos se mueven apresuradamente entre esquina y esquina, ocultando tesoros altamente cotizados, particularmente en esta época del año. Mientras tanto, sus sobrinos corren por el jardín, iniciando impacientes la búsqueda de regalos y huevos de chocolate. Su mama se pasea ansiosa entre el comedor y la cocina. Flores, jamones y huevos de todos colores van y vienen, vienen y van. No hay música de fondo, pero la bulla es tal que si la hubiera, resultaría redundante. El sol brilla y las flores saludan tímidamente; la primavera se ha establecido entre nosotros. Max toma de mi mano, y me dice que lo acompañe a buscar el regalo que tiene para mí. Subimos a su cuarto, cuyo clima parece permanentemente tostado. Me siento en la cama que ahora parece tan pequeña, pero que refugió al hombre grande que ahora es a lo largo de toda su juventud. Con los ojos rebosantes de emoción saca de su closet un conejo de peluche, y me lo ofrece, sonriente. Mi cara delata cierta indiferencia, y él me invita a inspeccionarlo un poco más. Es así que descubro entre sus patitas una cavidad, en cuyo interior hay chocolates, chocolates en forma de huevo, y algo más: una cajita azul. La saco, con la cara iluminada por la ilusión que sentimos las mujeres cuando nos sentimos mimadas. Max la toma de mis manos, se hinca y la abre ante mí, descubriendo un anillo iluminado por un brillante. Y con la boca aún sonriendo me pregunta, “Te casas conmigo?”. Yo atónita sólo alcanzo a preguntar “Es en serio?” a lo cual Max responde con una risa nerviosa. La respuesta la lee en el brillo de mi cara, en la luz de mis ojos, en lo amplio de mi sonrisa; de igual manera insiste: “Me vas a decir que sí?” y yo, entre un beso le susurro: “Sí”. Es así que decidimos caminar juntos por la vida, y construir para los dos, un reino de sol.