Hoy es 1 de Noviembre, Día de Todos los Santos.
Celebrar el 1ero es compartir la abundancia de nuestros recuerdos, provocar sonrisas, hacer brotar las lágrimas, ahogarse en la nostalgia, y empaparse en el amor a los que ya no están, pero aquí siguen.
Es un amor curioso el que se le tiene a los muertos. Es el tipo amor que no desaparece nunca, ni aún con el paso de los años. Es un amor que queda suspendido en relaciones para siempre estancadas en el tiempo, momentos estampados en la memoria, personas que cargamos por doquier, y que visitamos a nuestro gusto, siempre al alcance, pero devastadoramente imposibles de alcanzar.
Nunca deja de ser frustrante la ausencia de quienes se nos van; al principio dejan un gran vacío en rutinas compartidas y provocan cambios; más adelante, cuando con el paso del tiempo llegan nuevas etapas de nuestras vidas, se añoran sus consejos y opiniones, su apoyo y su cariño.
Ya hoy me es difícil estar segura de lo que algunos de mis muertos responderían a mis inagotables y constantes preguntas y cuestionamientos; pero lo que nunca pongo en duda es que ellos siguen aquí, y no únicamente porque yo los evoco y extraño tanto, pero también, y sobre todo, porque aún siento el amor que me tienen, y éste continua siendo el pilar que me sostiene firme.
Ante mis abuelitos nunca dejaré de ser una niña coqueta, traviesa y en exceso cariñosa; para Mamita América siempre seré una patojita loca, enamorada del amor, que se viste sólo con ropa color zopilote. Quique siempre me bañara con el calor cariñoso de sus miradas sonrientes, y con Max I nunca hablare alemán fluido, sino una mezcla divertida del resto de los idiomas del mundo.
No sé que nos espera tras de la muerte, pero cuando pienso en los ojos de mis enterrados sé con seguridad que aún si de hecho nuestros muertos no nos miran desde el cielo, sí que mantienen los ojos abiertos y las miradas fijas; sus ojos son espejos de lo que son cadáveres propios, o a veces reencarnaciones. A través de ellos revivimos nuestras propias vidas- esos momentos que valoramos lo suficiente como para guardar en nuestra memoria; y al recordarlos no los evocamos sólo a ellos, sino a nosotros mismos. Facetas, máscaras, caras y versiones de nuestro propio ser. Lo mejor y lo peor. Es así que aún desde donde quiera que estén, mantienen la fe, nos continúan bañando en su amor, e insisten en querer hacernos ser la mejor persona que podemos ser.
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