Ayer desperté con un extraño sentido de ánimo. Sentía la conciencia como alborotada. El mundo se sentía distinto, había algo en el aire, algo parecido a exceso de oxígeno, que resultó ser más bien el efecto de la permanente interrupción de un aliento familiar; el aliento de un hombre que escribió un capítulo transcendental en el libro de mi vida.
Al convocar su recuerdo me es inevitable sonreír: vienen a mí fragancias que se mezclan y se confunden entre agua de coco, piel tostada, comida en exceso y ese aroma tan extraordinario a alegría, a goce de vivir. La brisa se hace paso acariciando los cuerpos dorados de mis seres queridos que, domingo a medio día, no hacen más que discutir temas sin importancia y compartir anécdotas, acompañados por la música de Rocío Durcal, Julio Iglesias, Roberto Carlos y Luis Miguel. Todos reunidos, radiantes, bajo el hechizo del mundo propio de Don Quique Larraondo.
Aún puedo ver brillar la fila de sus dientes de marfil, expuestos permanentemente a causa de su perpetua sonrisa- esa sonrisa encantadora a la que hombres y mujeres sucumbían por igual. Temo que con el tiempo, como es inevitable, iré olvidando los detalles que hoy recuerdo acerca de Quique: su elegancia; el lustre de sus rodillas bronceadas por el sol; su gusto por la sopa de frijoles; la particular melodía su voz, que parecía arrastrar las palabras mientras sus ojos las hacían redundantes; su amorío con Angelina Jolie y su adicción a la revista española Hola!...si cierro los ojos lo veo, sentado en el sofá rojo de su rancho en Likin, insistiendo en que todos se tomen un trago y llamando a Lacho a gritos, para que traiga algo de picar.
Mi memoria, lo irá dejando ir como es solo natural...y puede ser que llegue el día en que ya me sea imposible transportarme a su mundo de fiesta, ese mundo de Quique, en el que las razones para celebrar nunca faltan y en el que todos están siempre bienvenidos...pero aún si ese día llega, nunca voy a dejar de recurrir al capítulo de mi vida escrito por Quique, a ese al que recurro cuando la vida parece demasiado dura y complicada; ese capítulo de refugio y esperanza, en el que se certifica la belleza de la vida, la importancia de disfrutar cada minuto y el gusto de compartir.
Las lágrimas que ahora derramo son de gozo, gozo porque disfruté de Quique, de su espíritu y de su sabiduría, y porque el mundo no es perfecto, porque la muerte nos llega a todos, pero es simplemente grandioso vivir.
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