Sunday, 12 October 2008

La desmoralización de la sociedad

Estas últimas semanas las he pasado en un estado mental y emocional algo "x" ("x" como en una ecuación, como algo indefinido). Sin razón alguna, o más bien por diversas razones, tan abstractas como concretas, me siento bastante frustrada y confundida. Una de las razones, una que es más colectiva que particular, es la condición moral que la sociedad guatemalteca refleja.

Cualquiera que sabe algo acerca de la situación de mi país sabe que las palabras a las que comúnmente se le asocia se resumen en derivaciones o consecuencias de las siguientes: pobreza, corrupción, impunidad, exclusión, centralismo, oligarquías, racismo patriarcal...entre otras (nótese que me refiero en este caso exclusivamente a los aspectos negativos de Guate).

Las consecuencias de una historia nacional repleta de errores políticos han probado no ser únicamente económicas y sociales (dimensiones fundamentales de la vida de las personas que definen no ineludiblemente pero sí significativamente su destino) sino también culturales y peor que eso, morales.

Asumir que las complejas realidades políticas, sociales, culturales y morales de nuestra sociedad no están fuerte e inevitablemente relacionadas es no sólo incorrecto e irreal, sino también ingenuo y absurdo, pero hay que admitir que, por suerte, existe un cierto nivel de independencia entre las primeras tres y la moral. Es decir, con fuerza de voluntad, una persona puede superar la realidad política, social o cultural que la rodea y tomar la decisión consciente y -exclusivamente personal- de vivir bajo las normas morales que considere válidas, aún si éstas resultan no ser congruentes con el contexto en el que vive.

Con tristeza soy testigo de la realidad moral de la sociedad guatemalteca a inicios del siglo xxi. Todos y todas las que aquí estamos lo somos, aunque voluntaria o inconscientemente evitemos tomar el tiempo de reflexionar acerca de ello y de aceptarlo. Esto lo sé porque la inmoralidad a la que me refiero se manifiesta de mil y una maneras todos los días y nadie de ella escapa. Y no me refiero a inmoralidad en términos religiosos, sino puramente éticos, universales, humanos.

Las relaciones que hacen funcionar esta sociedad, las de naturaleza familiar, de amistad, profesional-laboral, política, comercial, etcétera, parecen encontrarse bastante corrompidas o bastante al borde de estarlo. Es preocupante.

Los guatemaltecos y guatemaltecas necesitamos recobrar la costumbre de procesar las decisiones que tomamos, grandes y pequeñas, por el filtro de la moral, de la ética universal, la más básica humana. No se trata de algo secundario, sino de un asunto importantísimo, vital, que hemos olvidado y desestimado, restándole importancia, ignorándolo, y que está llevando a nuestra sociedad a condiciones nunca antes conocidas.

La vida humana hoy por hoy, en Guatemala, no vale más que una laptop, o incluso un celular. Cada vez se hacen más comunes -y socialmente aceptables- el asesinato, el robo, la infidelidad, el tráfico de todo tipo de mercancías -incluso la mercancía humana (no sólo en forma de trata de blancas, sino también en forma de adopciones ilegales prácticamente comerciales), la corrupción en todas sus formas y niveles (desde la que se da en las aulas de los colegios hasta la que se da en el Congreso de la República)...la total indiferencia, la inconsciencia y la inmoralidad se han convertido en los pilares de esta nueva sociedad que estamos construyendo, pilares que se sostienen en el terreno del temor, la falta de interés -traducida en conformismo y aceptación del status- y la desesperanza. Nos hemos convertido en seres humanos des-humanizados, en seres insensibles, a-morales.

Como joven guatemalteca, veo con los ojos llenos de lágrimas mi realidad nacional y sé que no esta no es la sociedad que quiero, y menos aún la que merezco, la que merecemos todos.

El cambio nunca es fácil, pero siempre es posible. Yo sé que no quiero esperar, pero también sé que mi fuerza, aunque grande, es limitada. Nuestro futuro, el propio, el de nuestros hijos y hasta el de nuestros nietos, está en las manos de todos y de cada uno. Yo sé que puedo, pero no puedo sola.

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